En ese otoño habíamos
acordado visitar la montaña cercana del lugar donde vivíamos, teníamos esa
costumbre y cada año tratábamos de no faltar. Nunca imagínanos que esa sería la
última vez que visitaríamos aquel lugar y que estaríamos juntos.
Como todos los años
nos reuniríamos en la desviación donde se entroncaba la carretera principal y
el camino de terracería que conducía hacia el interior de la montaña. Cada uno
llego en su automóvil pero decidimos continuar el recorrido en uno solo.
El camino no era muy
largo, aproximadamente unos treinta a treinta y cinco minutos hasta encontrar
un pequeño llano, que fungía como estacionamiento. Si querías llegar a la parte
más alta de la montaña tenias que continuar a pie. Como cada año hacíamos el
recorrido, nos sentíamos conocedores del lugar, sabíamos los atajos para llegar
más rápido a la cima. Los años de realizar esta pequeña excursión desde la
época universitaria, nos proporcionaban una seguridad y una familiaridad con
aquella hermosa montaña.
El día transcurrió
con normalidad, con los chistes, las conversaciones para conocer lo que cada
uno había realizado en ese año, las nuevas aventuras, los nuevos trabajos, etc.
Podríamos decir que era una típica reunión de viejos amigos universitarios que
se ponen al corriente en sus vidas.
Después de llegar a
la cima y compartir las diversas vivencias, era la hora de descender para
ingerir alimentos y todos sabían que quien llegara al final tendría que invitar
la comida de los demás, no importaba por donde bajaras o cómo lo hicieras, si
eras el último tendrías que desembolsar el dinero necesario para cubrir el
gasto que se haría por la comida.
Cuando todos
estuvimos reunidos en el estacionamiento, partimos rumbo a unas cabañas que se
encontraban en la dirección opuesta de la montaña, un lugar donde los
pobladores del lugar designaron como un área comercial. Aunque nosotros nos
hubiera gustado que no estaría tan retirado de aquel llano que poseía una
postal sin igual.